La adolescencia es un momento culminante en el desarrollo de cualquier persona, ya que implica la transición del niño al adulto. Es por ello que suele ser considerada como una de las etapas más difíciles: es una etapa en la que se enfrentan a múltiples cambios físicos, intelectuales y sociales, donde se les exige desarrollar tareas de una mayor responsabilidad. Todo eso puede llegar a generar estrés y ansiedad que se sienten como algo desbordante.
Además, esta etapa de cambios puede hacer que, en ocasiones, problemas no detectados durante la infancia se hagan más intensos y puedan convertirse en trastornos de cierta gravedad.
La adolescencia es por tanto un periodo especialmente vulnerable para la aparición de bloqueos o problemas que se pueden manifestar de diferentes maneras: bajo rendimiento en los estudios, malas relaciones familiares, dificultades con el grupo de iguales o en las relaciones sentimentales.
El malestar que presenta el adolescente provoca inevitablemente malestar en la familia y viceversa. Por este motivo, al trabajar con el adolescente es indispensable trabajar con todo el contexto familiar, ya sea de manera directa o indirecta, porque en la medida que se vayan produciendo cambios a nivel individual, el clima familiar mejorará. La idea es fomentar estilos de comunicación adecuados que mejoren la interacción y los vínculos entre los miembros, así como promover un adecuado desarrollo del autoconcepto, el autoestima y la personalidad.